Me miraste en el autobús,
regresábamos a esta ciudad, vacía, callada, una prisión que oscurece cuando no
estás, tomados de las manos, compartiendo un refrigerio, yo con mi eterno jugo
de uva y tu con un batido de fresa, me miraste con ojos tristes, y yo sonreí, y
me imagine así, compartiendo el refrigerio a diario, preparándote la cena,
esperando a que me contaras tu día, el tráfico, las noticias del periódico, el
vacío comercial del televisor, y los aún más vacíos andenes del tren, esperando que sonriera con aprobación a tus
bromas y jugueteos, imagine el lugar, los libros sobre la mesilla, la loza en
el fregadero, las ventanas abiertas y las cortinas blandiéndose con el
viento, el sonido del tráfico, que no se
cansa, mucho menos por las noches, te leería por las noches en la cama, algún
poema o algún fragmento de alguna historia no contada, merendaríamos a diario
juntos ajustando las cuentas y planeando viajes, quizá te reñiría por no
ajustarte la corbata y acto seguido te tiraría sobre el mantel y te haría el
amor, me cenarías a mi antes de cenar, y
desayunaríamos besos acompañados quizá con pan y mermelada ó algún día te
sorprendería con recetas extrañas tomadas de un libro viejo, me abrazarías por
la espalda mientras intento que no se prenda en llamas la cocina, y reiríamos
al sabernos felices, amados, deseados, te besaría en los labios antes de ir al
trabajo, pero ahora solo tengo un eterno jugo de uva que parece no terminar, y
nos acercamos cada vez más a esta vacía ciudad sin ti.
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